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Punta del Este, Maldonado, Uruguay
Escritor porque escribo, aunque no publique más que éstas piedrecitas que, como Pulgarcito, voy dejando en el camino. Eso es todo.

lunes, 25 de marzo de 2013

El frío en la mano



Hay un sofá, no muy amplio pero suficiente para dos personas una junto a la otra, y junto a él una lámpara de pie que derrama una luz amarillenta que se adhiere por la mullida alfombra y las paredes pintadas de un color melocotón, en torno a los muebles de sobria madera, mientras suena en el ambiente una música tenue, acordes de jazz o blues que recorren las paredes como un interminable eco.
Frente a ellos –ustedes, los padres- están sus hijos. Son mayores, habrán venido de visita, como cada fin de semana. En otra habitación chisporrotea el jolgorio de niños jugando. Quien esta a su lado es su mujer, su compañera. Están tomados de la mano y ella le mira. Una y otra vez le observa fijamente; no parece escuchar lo que usted está diciendo, usted tampoco parece darle importancia a lo que dice, como sus hijos que le miran, en silencio. Hay algo de irrealidad en esa escena tan común, de familia reunida. Las voces no parecen tener volumen; es como si alguien hubiese apretado un botón y le hubiere sacado a la vida todo sonido. Está usted con su compañera, con las manos enlazadas conversan, pero no parece que usted sea escuchado. La sonrisa de su esposa tiene un algo de congelado en el rostro, parece puesta allí para mostrarle que está junto a usted. Y luego está la mano. Por ella penetra imperceptiblemente un frío glacial, como si entre sus dedos tuviera un trozo de hielo. Mira a sus hijos y en ellos nada ve que no haya visto siempre: jóvenes que van por la vida dando tumbos, siempre corriendo, bebiéndose la vida de a borbotones, ansiosos por escucharse a sí mismos. Mira otra vez el rostro de su compañera y un escalofrío -nacido de la mano helada- le recorre la espalda, se le mete en los huesos, le paraliza la sangre. Ella está muerta. Está junto a usted, le sonríe, en apariencia está escuchándole, pero no, está ausente. Sin embargo,  nadie parece darle importancia a lo que pasa. Únicamente usted advierte que ella sólo parece estar allí, viva, junto a usted y los demás. Sin embargo puede usted verlo con toda claridad, con terrorífica y meridiana claridad: ella está muerta, no sabe cómo ni cuándo, tampoco cómo es posible que eso esté pasando, pero es así. Quiere esbozar una pregunta, llamar la atención de sus hijos, lanzar un grito, cualquier cosa que signifique hacer algo para alterar la horrenda película en la que todos parecen estar participando como protagonistas involuntarios, como si todos estuvieran viéndose a sí mismo a través de una pantalla sin poder hacer nada para saltarse a la realidad o salir de ella. 
Los hijos han intercambiado miradas -huidizas, nerviosas- y con el pretexto de atender a los chicos, se han levantado y salido hacia la cocina cerrando la puerta tras de ellos, dejándolo a usted a solas con ella -su señora- que sigue mirándole imperturbable, la risa congelada en ese rostro que amó y ama, pero tras cuya mirada inerte usted ve la sonrisa burlona de la parca, agazapada, las garras afiladas, gozando su momento. Intenta soltar esa mano; quiere levantarse y hacer cualquier cosa que rompa con esa imagen congelada que les ha invadido a ambos -juntos, pero separados por el más insondable de los abismos, el único y definitivo que separa la vida de la muerte, pero nada de ello es posible. Es como si esa mano y su mirada le hubieren petrificado. No puede dejar de estar allí y seguir mirándole, sin articular palabra, tan sólo mirar sin ver la sonrisa transparente, etérea, sin contenido, de su esposa.
En la cocina los hijos cuchichean; el varón pasa su brazo sobre los hombros de la hermana menor, ella sostiene un pañuelo entre sus manos temblorosas, sus hombros se sacuden al ritmo de un llanto apretado. No escuchamos lo que dicen, pero es claro hablan de su madre, allí sentada, ausente, mirando hacia el vacío, con la mano desmayada encima del sofá, como si ahora mismo estuviera viendo a su marido, al padre de ambos, como si ello fuera posible aún.

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