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Punta del Este, Maldonado, Uruguay
Escritor porque escribo, aunque no publique más que éstas piedrecitas que, como Pulgarcito, voy dejando en el camino. Eso es todo.

lunes, 1 de noviembre de 2010

UNA MIRADA INCÓMODA


Relatos de Viernes a la noche, para leer en cualquier momento...


Viernes a la noche y planes de salir a cenar y quizá, con un poco de suerte, escuchar algo de música y hasta tal vez, con más suerte aún, bailar un rato. No demasiado, sólo para escaparle a la rutina.

El clima ni se ha enterado que la primavera tiene casi un mes de vida y sigue mandando noches vestidas de nieblas que se cuelan por la piel y reptan por los huesos como las hormigas en la tierra.

Hay que dejar el coche porque volver con unas copas en el torrente sanguíneo puede significar que los zorros de la noche, agazapados a la espera de su presa, te crucifiquen con una suculenta multa y retiro de licencia de conducir. Así entonces, se impone un recorrido de escasos treinta minutos en colectivo, rodeados de la fauna citadina que sale a esas horas de sus madrigueras imantados por las luces de neón.

Un breve paseo por la otrora esplendorosa avenida con nombre de fecha patria y un restaurante muy al estilo media-edad con ambiente intimista que promete buena comida y música en vivo.

La música en vivo falta sin aviso y se convierte en un suave murmullo donde saxos y cuerdas se confunden con choques de copas y risas de fin de semana.

Elegimos mesa en un lugar ligeramente reservado, en donde la charla costumbrista puede fluir sin contratiempos y sin demasiados vecinos dueños de nuestros silencios.

Pedimos nuestros platos luego de una ligera entrada de crocantes y mayonesas, junto con un vino acorde a las expectativas del consumidor y no tanto del atento mozo empeñado en abultar cuentas y propinas.

Nos traen nuestros matambritos de cerdo con puré de manzanas –según el costo se diría debieron comprar el árbol completo para hacerlo- y sin prisa ni pausa nos ocupamos en degustar la apetitosa cena.

Creo es en ese momento que caigo en la cuenta hay algo que me ha comenzado a molestar. Miro en derredor mío con la discreción que indican las buenas costumbres, y veo casi frente a mí –que no a mi señora a quien se le interpone una corpulenta planta- un sujeto que me mira insistentemente. Sin duda es ése el motivo del desasosiego que me ha venido invadiendo imperceptiblemente hasta convertirse en una suerte de oleaje que rompe con fuerza en mi espalda.

Me digo que son cosas mías y trato de concentrar la atención en la charla de mi pareja –en encomiable esfuerzo por captarla- y en la comida que reclama sea debidamente escuchada. Pero me resulta muy difícil, diría imposible.

Vuelvo a mirar hacia mi izquierda y el tipo me mira en el mismo momento que volteo. Otra vez discretamente desvío la mirada y él parece hacer lo mismo. Para mejor -me digo a mí mismo- , si bien no le conozco, algo tiene que me resulta conocido. Tal vez a él le suceda lo mismo.

Terminamos los platos, la música sigue y la charla se diluye con la misma intensidad y frecuencia con que crecen mis miradas hacia la izquierda, y con la misma insistencia el individuo sigue molestándome con repetidas y persistentes miradas, y a riesgo de parecer paranoico, haciendo los mismos gestos que hago yo mismo.

Junto con los cafés que dan fin a la cena, vuelvo a volcar la mirada y el tipo que otra vez pone sus ojos en mí como si no hubiera otra cosa en todo su alrededor para mirar.

Aún sabiendo ello va a provocar el enojo de mi mujer, sin pensarlo más me levanto y arranco raudo y directo a encarar al perseguidor, sin darme cuenta –ciego de rabia como a esa altura estoy- que él hace lo mismo y vamos a un inevitable encuentro. Soy consciente es una situación sumamente desagradable pero simplemente, no lo soporto más.

Es ése el momento en el que doy mi frente contra el maldito espejo, y él y yo con idéntico estrépito, rebotamos hacia atrás trastabillando y al borde de la pérdida de conciencia. Todavía no sé cómo explicarle a mi mujer por qué me dio por encarar el espejo con tanta furia, porque sé que ella no entendería que no pude nunca reconocerme en la imagen que me devolvía. Debo cortarme el cabello y quitarme la barba, de lo contrario me seguirá pasando éstas cosas.